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Foto del escritorMía Saan

¡Mmmh, los hombres!

Actualizado: 26 jun 2023

Paul


Fuimos a un bar de rock que está en avenida Plutarco, charlamos, bebimos, cantamos y bailamos hasta la madrugada. Saliendo del lugar le ofrecí darle aventón y al subir al auto nos besamos con la desesperación con la que comes ese postre que tanto se te había antojado. Ya entrados en calor, nos fuimos a un hotel. Estábamos muy urgidos uno del otro.


Y por mi parte era lógica esa urgencia, pues los últimos años de mi recién terminado matrimonio habían sido muy tristes sexualmente, mi entonces esposo mostraba nulo interés en mi cuerpo aunque le pasara en cueros por enfrente.


En momentos de profunda tristeza por el duelo, deseaba con todas mis fuerzas conocer a alguien que me volviera loca en la cama, que le gustara el sexo sucio, que tuviera la mente perversa, que fuera mi cómplice para hacer locuras, en fin, alguien con quién gozar del sexo al máximo.


Y como si el universo me hubiese escuchado, un mal día Paul se cruzó en mi camino. Fue un mal día porque nos conocimos en el funeral de un amigo mutuo.


Maduro, guapo e interesante, desde que lo vi me encantó, pero terminó de tenerme cuando comenzamos a charlar. Empezamos por las anécdotas del amigo difunto, pasando por el trabajo, las relaciones de pareja y terminamos hablando de sexo, encuentros swingers y relaciones abiertas ¡en pleno velorio! Ese tipo inteligente, culto y gracioso era justo lo que necesitaba.


Estuvimos mensajeando por algunas semanas, hasta que un día lo busqué para invitarlo a tomar unos tragos en un bar de avenida Plutarco.


Al entrar a la habitación del hotel, me llevó con suavidad a la cama mientras me besaba con ternura y pasión mezcladas. Al llegar a la cama me alzó los brazos para quitarme la blusa, luego me recostó sobre la cama y él se puso de rodillas. Tomó mi pierna y la acercó a su pecho para quitar la zapatilla. Inesperadamente comenzó a lamer el pie como si estuviera probando el manjar más delicioso, su lengua continuó el recorrido por la pantorrilla y se detuvo un momento en la corva, la parte más virgen de mi cuerpo. Hizo lo mismo con la otra pierna y entonces pudo sacarme los ajustados jeans que elegí para esa noche. Me guio para ponerme de perrito y con sus manos tomó cada uno de los extremos de la diminuta ropa interior y la fue bajando mientras sus labios besaban mis nalgas. Para ese momento mi vulva ya estaba hinchada y palpitante, escurriendo y pidiendo a gritos ser explorada.


Me volteó hacia él, y con delicadeza separó mis rodillas, mientras su rostro reflejaba un gesto de curiosidad, como la de un niño abriendo su regalo. Miró mi vulva y con lujuria exclamó ¡Mira nada más qué belleza! Acto seguido, llevó su lengua directo a ella y la lamió embelesado hasta que mis fluidos inundaron su boca.


Momentos después me subí en él para introducirme su falo caliente y duro. Yo sentía que enloquecía por el placer de por fin volver a tener una verga dentro de mí, después de tanto tiempo de ser ignorada.


La luz de la mañana nos sorprendió desnudos y extasiados fundidos en un abrazo.


Nuestra relación continuó y poco a poco fue mostrando su lado oscuro y yo el mío, pues nuestros encuentros cada vez se ponían más salvajes. Me tenía tan caliente que yo solo podía pensar en coger, no importaba donde estuviera, fue como cuando a las computadoras las resetean para que vuelvan a funcionar; coger con Paul me reinstaló el chip de la lujuria que por años estuvo apagado.


Una tarde en la que Paul tuvo mucho trabajo y no nos pudimos ver, me cité para coger con un amigo. Estuvo muy rico, pero me invadió el sentimiento de culpa porque mis intenciones con Paul eran buenas, pero mi carne muy débil. Me debatía entre si debía confesarle lo que había hecho o no y me sentía tan mal que al salir del hotel lo llamé para pedirle que me recibiera en su casa, pues tenía algo muy importante que decirle.


Estábamos en su sala y yo con la vista hacia abajo, comencé a contarle lo que había hecho. Con temor esperé la reacción de drama o de celos, pero no fue así, con delicadeza acarició mi cabello y tomó mi mano para llevarla a su bragueta donde pude sentir que su verga se estaba endureciendo. Me pedía que le siguiera contando con todo detalle y yo podía notar como se iba excitando cada vez más. Metió su mano por debajo de mi vestido, hizo el calzón a un lado y pudo sentir mi concha todavía hinchada y mojada por la cogida de esa misma tarde.


Sentí cómo se deleitaba embarrándome los fluidos con los dedos y entonces me llevó a su cama y durante horas, cogimos como si fuera el último día de nuestras vidas


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